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Adrián Mateos – El Niño que Apostó su Vida

Adrián Mateos

Un día lo vi por la tele y pensé: “¡Esto mola!”. Al día siguiente lo volví a ver y dije: “¡Esto mola mucho!”.

Comienzo

Antes de que Adrián Mateos se convirtiera en el rostro del póker español, antes de los brazaletes, de las portadas y de las mesas con millones en juego, fue simplemente un niño en las gradas, animando a su hermano mayor en partidos de tenis interminables. Tres horas de tensión, de gritos, de raquetas como espadas. Él, desde el banquillo, absorbía la emoción de la competencia como si fuera oxígeno. Su infancia no olía a tabaco ni a cartas marcadas: olía a tierra batida.

Él mismo jugó al tenis desde los 6 años hasta los 17 o 18, fue bueno, muy bueno. Pero no lo suficiente. No para romper el muro de cristal que separa a los prometedores de los elegidos. Ya que, en España, solo los 15 o 20 mejores pueden realmente ganarse la vida con el tenis, y él no veía ese camino como viable. Adrián lo supo pronto: no tenía el talento, ni la disciplina, ni las condiciones económicas para escalar hasta ese cielo. Fue entonces cuando, como un trueno en mitad de un verano seco, apareció el póker.

Adrián Mateos

Fue alrededor de los 16 años, amor a primera vista. Desde pequeño le gustaban los juegos de estrategia, de cartas, de mesa… Siempre se le dieron bien. Con sus padres jugaba a la pocha, al mus, y cuando conoció el póker sintió que se combinaban todos los elementos que amaba: la competición, las matemáticas, la estrategia y, por qué no, el dinero. No era un flechazo cualquiera. Adrián ya venía programado para juegos de estrategia, cartas, cálculo. Empezó a buscar información en Google: cómo se jugaba, cómo se ganaba, y descubrir que había estrategia, que no se trataba de jugar contra el casino sino contra otros jugadores. Solo tenía que ser mejor que ellos. Obviamente no podía jugar dinero real porque era menor de edad, el mismo comenta en esta época: “Vale, no puedo jugar aún, pero voy a estudiar todo lo que pueda durante estos dos años”. Se lo tomo muy en serio. Estaba todo el día leyendo artículos, viendo vídeos, absorbiendo cualquier material que encontraba. Incluso llevaba libros de póker a clase. Cuenta que los profesores se los quitaban y flipaban: “¿Qué estás leyendo?”.

A los 16, mientras aún estudiaba y entrenaba, el póker se convirtió en su obsesión secreta. A pesar de eso, sacaba muy buenas notas. Siempre había sacado sobresalientes, pero el póker ya le habia explotado la cabeza. Entonces sus notas empezaron a bajar un poco, pero solo lo justo para que sus padres no se preocuparan demasiado. Cuenta que tenía el acuerdo con ellos de que, si entraba a la universidad, podía hacer más o menos lo que quisiera: quedar con amigos, jugar alguna timba… Entonces en sus propias palabras cuenta:
“Apruebo, entro a la universidad y después me dedico a lo que me gusta de verdad”.

Sus padres, como era de esperar, estaban preocupados. Tenía solo 16 años y el póker no gozaba de buena fama. Pero él encontraba maneras de disimularlo: decía que salía de fiesta, cuando en realidad se iba a jugar una partida. Siempre con una mentirilla de por medio, pero sin dejar de lado los estudios. Mientras aprobara, sus padres le daban cierto margen. Su meta era llegar a la universidad, y lo consiguió, aunque con lo justo. Pero nunca repitió ni suspendió.

Durante dos años, vivió una doble vida: estudiante por la mañana, prodigio encubierto del póker por la noche. Jugaba torneos baratos de 30 a 50 euros, y partidas con amigos que bautizó como sus “martes de Champions”. Y desde el principio, ganaba. Porque él estudiaba. Los otros no. Y eso, en el póker, se nota rápido. Desde el primer día vio que había estrategia real, y que el juego estaba muy poco profesionalizado. Su pensamiento era: “Si ahora gano con solo estudio, cuando tenga 20 y lleve cinco años dándole, lo voy a pelar”. Le hizo click en la cabeza. Dijo: “Esto es lo mío”. Además, le encantaba.

El Verdadero ALL-IN

Cuando cumplió los 18, pisó el acelerador.
Se sacó el carnet de conducir rápidamente para poder ir solo al casino, especialmente a los de Aranjuez y Torrelodones. Durante varios meses, vivió una rutina intensa: universidad por la mañana y casino por la tarde-noche. Dormía muy poco, solo lo justo para seguir adelante. Aprobaba las asignaturas con lo mínimo indispensable, porque su foco era otro: el póker.
A esa edad, ya ganaba dinero de forma constante. Nunca pidió dinero a sus padres. Desde los 16 había estado ahorrando: regalos de cumpleaños, dinero que le daba su abuela… Todo lo guardaba para construir su banca. Sus padres veían que no les pedía nada y que empezaba a traer dinero a casa, lo cual ayudó a que comenzaran a confiar un poco más. Estaba en la universidad estudiando economía. Por la mañana iba a clase y por la tarde-noche al casino. Pero claro, volvía a casa a las 4 o 5 de la mañana, y Se tenía que levantar a las 9. No era sostenible. Dormía 4 o 5 horas al día, y en clase no atendía. Solo pensaba en póker.
Y entonces, el primer gran all-in de su vida: dejar la universidad. Mudarse a Londres. Apostarlo todo.
Entonces un día les dije a mis padres: “Me voy a ir a vivir a Londres un año. Lo peor que puede pasar es que pierda el dinero que he ganado estos meses. Hace un año no tenía nada, y si pierdo un año de universidad, tampoco pasa nada”.

Para sus padres fue un terremoto. Para él, la única jugada lógica.

En España, el póker online estaba amordazado por la regulación. No se podía competir contra el mundo. Todo estaba capado: torneos de máximo 250€, solo con jugadores locales. Y encima, el fisco lo trataba como si fuera lotería: IRPF, sin posibilidad de compensar pérdidas entre años. Jugar desde España era como correr una maratón con grilletes.
Así que Londres no fue una elección romántica. Fue necesidad.
Allí, Adrián compartió piso con otros tres jugadores a los que apenas conocía. Solo tenían una cosa en común: la obsesión por jugar. Su día a día era un bucle infinito de estudiar, jugar, hablar de póker, repetir. Entre 14 y 16 horas diarias. El inglés no era barrera. Solo se relacionaba con españoles. Todos en la misma guerra.
No fue a estudiar una carrera. Fue a estudiar a los jugadores.
Desde el principio, Adrián tuvo claro que para destacar en un juego tan competitivo tenía que trabajar más que los demás. Observaba cómo en sus inicios había jugadores que ganaban dinero sin estudiar ni prepararse. Eso le dio confianza: si él le ponía más trabajo y estudio, con su talento natural, podía llegar muy lejos. Sabía que el póker era el único juego de casino donde realmente puedes ganar si eres mejor que los demás. No compites contra la casa, sino contra otros jugadores. Antes de llegar al casino, Adrián ya era un depredador disfrazado de principiante. Había pasado meses solo estudiando: sin jugar apenas, solo leyendo, observando, entendiendo la lógica detrás del éxito. Sabía quiénes eran los mejores, qué hacían, por qué lo hacían. Se metió en sus cabezas. Y cuando se sentó en las mesas, fue obvio: con 18 años, era el mejor de la sala. Siempre.
Y sí, enseguida llegaron los resultados. A los pocos meses de cumplir la mayoría de edad, ya tenía más de 100.000 euros en ganancias. Una locura. Pero para él, el dinero no era el premio. Era el medio.

Adrian Mateos

“Era llegar a Londres y entrar a jugar, estudiar y hablar de póker, todo el día, 14, 15, 16 horas, todo el día solo pensando en eso. Además, viviendo con gente que solo hacía eso. Mi inglés de aquellas no era tan bueno, con lo cual solo me juntaba con españoles, y solamente españoles que jugaban al póker. Era todo el rato hablar sobre póker. Te metes en una inversión solo de póker.”

Mientras otros se lo gastaban, Adrián reinvertía. Quería escalar. Si jugaba torneos de 500, soñaba con los de 1000. Si llegaba a los de 1000, quería los de 5000. Y así, sin techo. Como un cohete sin paracaídas.
—“Tío, cómprate una casa.”
—“Vas a perderlo todo.”
—“Esto ya lo hemos visto antes.”
Le dijeron todos. Amigos, familia, conocidos. Incluso otros jugadores.
Pero él estaba convencido.
No era arrogancia. Era convicción.
Él sabía que no tenía superpoderes. Solo una cosa: más horas que nadie. Más estudio que nadie. Más hambre que nadie. Mientras muchos se lo tomaban como un juego, como una ruleta con esteroides, él lo tomaba como ciencia. Como guerra.
Y es que en esa época, el póker todavía era una tierra fértil para quien se lo tomara en serio. No había tantos pros. No había solvers por todos lados. A poco que estudiaras, ya ibas por delante. Adrián no era el más experimentado, pero sí el más preparado. Y eso se notaba. Se forjaba una ventaja competitiva solo con la voluntad.
En poco tiempo se convirtió en el primer español en jugar torneos high roller. Los más caros. Donde la entrada cuesta lo que una casa. Y donde no hay red de seguridad.
¿Y qué hizo con esos primeros 100.000?
Nada especial. Nada superficial. No hubo coches, relojes ni lujos. Solo más fichas. Más munición. Más oportunidades de enfrentarse a los mejores.
Porque eso era lo que lo movía. No el dinero. No la fama. Lo único que quería Adrián era sentarse frente a los dioses del póker y decirles: “Aquí estoy. Vamos a jugar.”
Y cuando por fin los enfrentó, se dio cuenta de algo clave: no eran dioses. Eran humanos. Igual que él. Con más experiencia, sí. Con más manos jugadas, también. Pero sin poderes mágicos. Sin trucos secretos. Solo con más horas en la silla. Y eso se podía igualar. O superar.
A partir de ahí, el resto es historia.

¡Historia!: “Mi objetivo es simple: ser feliz. Y yo soy feliz cuando compito”.

A fines de octubre de 2012, apenas con 18 años se presentó en el Casino Gran Madrid con una mezcla de descaro y hambre. 373 jugadores peleaban por el título del Circuito Nacional de Poker. Él los fulminó a todos. No había cámaras. No había fans. Solo fichas, miradas y el instinto de un killer precoz. Se llevó €32.000. Y algo más importante: la certeza de que esto recién empezaba.

En enero de 2013, Madrid volvió a temblar. Esta vez era el Estrellas Poker Tour, un torneo de €1.000 la entrada y 632 inscripciones. Amadi, como ya empezaban a llamarlo, no fue a participar. Fue a reventarlo. Ganó. Otra vez. Esta vez, €103.000 al bolsillo. Y con eso, se abrió una nueva puerta. Dejó de ser una promesa local y empezó a colarse en los escenarios grandes: EPT Deauville, Londres, Barcelona, Praga, San Remo… Ya no era un chico con talento. Era una máquina en movimiento.

Francia, octubre de 2013. El Main Event de las WSOP Europe en Enghien-les-Bains convocó a 375 valientes. Entrada: €10.000. Premio total: €3.6 millones. Entre ellos, monstruos como Dominik Nitsche, Shannon Shorr, Benny Spindler, y el francés Fabrice Soulier. Entre todos… un chico de 19 años con la mirada fija y las dudas en casa. Adrián llegó a la mesa final y no pestañeó. Les ganó a todos. Y cuando el humo se disipó, tenía su primer brazalete dorado de la WSOP y un millón de euros exactos en el bolsillo.

Francia Poker

Fue la noche en la que España entera, por primera vez, escuchó su nombre con claridad. Porque nadie gana un torneo de ese calibre, contra esos nombres, sin estar hecho de otra pasta. Era el nacimiento público de un fenómeno. Pero dentro de él, ya lo sabía desde hacía tiempo.

Monte Carlo, 2015 – El día que rompió la maldición

Durante once años, el European Poker Tour se burló de España. Era como si el circuito más glamuroso de Europa tuviera una especie de maleficio contra sus jugadores. Nadie, ni los más cracks del país, había logrado levantar el Main Event. Hasta que llegó Adrián. Monte Carlo, buy-in de €10.000, 564 entradas, un pozo de €5.6 millones. Era la gran final del EPT. Y él… estaba en llamas.

En el Día 5 ocurrió la jugada que lo marcó todo. QQ contra AA y KK en la misma mano. Una locura. Una escena digna de archivo. Amadi puso las fichas, ganó el bote y pasó a ser chipleader. Desde ahí, fue una ejecución quirúrgica. En la mesa final lo esperaban Ole Schemion y Johnny Lodden. Dos nombres con peso. Pero esa noche no había historia para nadie más. Adrián los fue triturando uno a uno hasta quedarse con el título. Y con otro millón de euros.
Pero lo que realmente quedó en la memoria colectiva fue un bluff. Un maldito bluff con jota alta a Johnny Lodden que, hasta hoy, sigue circulando como una obra de arte. Le metió presión en todas las calles. En el river, fue all-in como si tuviera los nuts. Lodden se retorció. Pensó. Dudó. Foldeó. Y Adrián, con una sonrisa casi infantil, le mostró la jota. Era su manera de decirle: “Esto ya es mío”.
Después del torneo habló. Su voz era tranquila, pero sus palabras eran dinamita:
“Me siento genial. Tenía muchas ganas de hacer un deep run en un EPT y poder hacerlo en la Gran Final fue algo increíble”.
“Me acuerdo de mis padres, de mis amigos y de la gente que me apoya y confía en mí”.
Sobre el bluff:
“Pre-flop decido pagar porque mi mano juega bien post-flop. En el flop apuesto, cuando Johnny sube creo que tiene muchos bluffs. El turn me da una buena carta para representar. Y el river… era perfecto. Tenía que hacerlo. Fue all-in. Por suerte foldeó. Y se las mostré, claro. A ver si entraba en tilt”.
Monte Carlo no solo le dio otro trofeo. Le dio algo más valioso: rompió el hechizo. Y dejó claro que ya no era una promesa ibérica. Era una fuerza internacional.

Las Vegas, brazaletes y gloria: del joven prodigio al cazador élite

En 2016, Adrián volvió a cruzar el Atlántico. Esta vez no era el niño que buscaba consagrarse. Era un profesional. Un depredador. Y en el Evento #33 Summer Solstice de las WSOP, con 1.840 entradas a $1.500 cada una, demostró que lo suyo no era casualidad. En el heads-up final se enfrentó al austríaco Koray Aldemir. Lo venció con la frialdad de quien sabe que está construyendo algo más grande que un trofeo. Se llevó $409.000 y su segundo brazalete… una semana antes de cumplir 22 años.
“Ganar en Las Vegas se siente distinto. Es como un sueño. Un sueño que tenía muchas ganas de hacer realidad”.

Pero ese sueño no se detuvo ahí.


En 2017 se inscribió en uno de los torneos más salvajes de la WSOP: el Heads-Up Championship de $10.000. Formato mano a mano. 129 jugadores. Puro uno contra uno. Para ganarlo no basta con saber jugar. Hay que oler miedo, anticipar patrones, aguantar el desgaste mental de ocho guerras consecutivas. Adrián venció a una lista que parecía sacada de una sala de trofeos: Daniel Negreanu, Ian O’Hara, Eric Wasserson, Taylor Paur, Ryan Hughes, Charlie Carrel… y en la final, a John Smith, un veterano de guerra de 70 años con el corazón blindado.
Con 22 años, se convirtió en el jugador más joven de la historia en ganar tres brazaletes de la WSOP.
“Es una locura que tenga tres. Es difícil, muy difícil. Pero jugué bien, ligué bien y me enfoqué en cada ronda. Me encanta jugar heads-up. Es donde más me divierto”.


En 2021, el escenario era distinto. El Evento #82 de la WSOP, Super High Roller, $250.000 de buy-in. Solo 33 jugadores. La élite. Cero errores permitidos. Estaban los killers, los robots, los cerebros. Y entre ellos, Adrián.
Heads-up final contra Ben Heath. Tensión quirúrgica. Silencio absoluto. Y al final, victoria. Amadi ganaba su cuarto brazalete y firmaba el mayor cobro de su carrera: $3.2 millones.
“Significa un montón. Jugué varios torneos de $100K, incluso el de un millón, pero ganar uno como este era algo que tenía clavado en la cabeza. Es un desafío mental brutal. Y me confirma que puedo competir con los mejores”.
Ese día, Mateos no solo ganó. Se consagró. Ya no era el niño genio. Era un titán.

2023 – El año más bestial

Adrián arrancó el 2023 como un tren sin frenos. Tres mesas finales en la PokerGO Cup de Las Vegas y $240K. Luego Bahamas: tercer puesto en el Super High Roller de $100K por un millón más. París: ITM en el Main Event y runner-up en un 25K por €211K. Luego vino Vietnam con la Triton Series, donde se llevó $1.2 millones por un cuarto puesto en el Main Event de $100K.
Monte Carlo lo vio brillar de nuevo: quinto en el Super High Roller 100K por €323K, más cobros en otros dos eventos. Después, Chipre, con una mesa final y $243K. Luego Las Vegas y las WSOP: cinco cobros, podio en el High Roller 100K por $1.1M, dos cajas en el Wynn, dos mesas finales en el Aria.
Chipre otra vez: nuevo título en un 10K por $157K. Y después, uno de los momentos más épicos: segundo lugar en el Main Event 125K de la Triton Monte Carlo. Cobro de $3.1 millones. Rozvadov, Bahamas… no importaba el continente. Adrián dejaba huella en todos lados.
Cerró el 2023 con números de videojuego:
35 cajas.
17 mesas finales.
4 terceros puestos.
2 segundos.
2 títulos.
Y $9.5 millones en ganancias.
Y aún no ha terminado.

Hoy, Adrián Mateos es sinónimo de excelencia, disciplina y ambición feroz. No porque lo haya tenido fácil. Sino porque se construyó desde el barro, a base de negarse a aceptar los límites que le impusieron.
Porque cuando todo el mundo le decía que no podía…
Él ya estaba sentado en la mesa.
Y nadie lo ha podido levantar desde entonces.

“He tenido rachas malas. Y cuando pasa eso, no hay magia: hay que jugar más, estudiar más y trabajar más”.

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